lunes, 24 de febrero de 2014

Capítulo 3

   Una mañana de agosto del año pasado en una cafetería.
  No podía creer lo que tenía delante. Era una habitación enorme con su cama, una mesa con dos sillas, un sofá, un pequeño armario, una piscina y la pared del fondo acristalada con vistas al jardín de la cafetería. También tenía una puerta al lado de la de entrada. Caminé sin prisas dando una vuelta y observando lo que tenía a mi alrededor.
   - ¿Te gusta? - me susurró al oído.
   - Es precioso - dije en el mismo tono que él.
   Me senté en el sofá y cerré los ojos mientras que inspiraba el dulce aroma de aquella habitación. Los chorros que caían a la piscina eran muy relajantes, hasta tal punto que tuve la sensación de haberme quedado dormida, pero alguien llamando a la puerta me hizo incorporarme. La chica, que traía una bandeja, la dejó en la mesa; y a los pies de la cama dejó un maletín negro.
   - ¿Qué es eso? - le pregunté a Gio cuando se fue la chica.
   - Un bañador para cada uno. Pedí ayer por la noche que lo incluyeran por si no llevabas.
   Estaba en lo cierto. Ayer por la noche, antes de ir a un bar, fuimos al apartamento a cambiarnos. Me indicó que, en la otra puerta, había un baño en el que podía cambiarme. Entré con el maletín. Un bikini rojo, que tras ponérmelo, decidí que no me queda mal. Después nos sentamos a bebernos el café.
   - ¿Te gusta lo que he elegido para desayunar?
   - Sí así está bien - sonreí tímidamente mientras cogía la taza y me la acercaba a los labios para dar un pequeño sorbo.
   Compartimos una napolitana de chocolate que todavía estaba templada. Ninguno de los dos hablaba, así que me dediqué a saborear la comida y a mirar por la ventana. Más tarde Gio me explicó que eran cristales tintados y que desde fuera parecían espejos, que nadie nos podía ver.
   Me levanté de la silla y me senté en el borde de la piscina. Se me puso la piel de gallina, estaba muy caliente en comparación con la temperatura fresca de la sala. Gio se estaba cambiando en el baño, así que aproveché a hacer un par de largos para adaptarme a la temperatura. Me tumbé boca arriba y respiré profundamente
   - Parece que no has dormido mucho hoy - dijo Gio mientras que entraba en la piscina por las escaleras.
   - La verdad es que no - hice una pausa mientras que me ponía de pie -. Bueno, en realidad un par de horas en la playa...
   - Si quieres, puedes dormir aquí - señaló la cama con la cabeza -. Podemos estar aquí todo el día.
   - ¿Qué? - pregunté extrañada.
   - Alquilé la sala para todo el día, necesito cambiar de aires de vez en cuando y si quieres te puedes quedar.
   Me observaba serio para ver mi reacción. La verdad, pensé que me estaba poniendo roja, porque empezaba a sonreír. No me hacía a la idea de quedarme con él un día entero. En un principio, el viaje era para estar con mis amigas y visitar la ciudad.
   - Está bien - sabía que mis amigas, si hubiera vuelto a la casa y les hubiera contado todo, me mandaban de una patada otra vez aquí, así que acepté sin rechistar.
   Decidí ocultar mi rostro de alguna manera y sólo se me ocurrió bucear, así comprobé si aguantaba lo mismo que hace unos meses. Sí, aún podía aguantar un minuto y medio.
   - Por un momento he pensado que te tenía que salvar - Vio alzó la voz desde la otra esquina de la habitación.
   - No te preocupes, tengo el cursillo de socorrismo, a esto podré sobrevivir.
   Me reí. Un rato después, salía del baño ya cambiada y envuelta en un albornoz. Él estaba sentado en la mesa concentrado en algo que estaba haciendo. Cuando me acerqué observé que estaba dibujando a carboncillo el paisaje que tenía delante a todo detalle.
   - Te está quedando muy bien.
   - Se me da mejor los retratos, algún día te lo demostraré - hizo una pausa para levantarse y tumbarse en un lado de la cama -. Ven, duerme un rato.
   Le hice caso, me tumbé a su lado.
   - Eres preciosa - me susurró mientras que me acariciaba la mejilla.
   - Eso es ment...
   Acalló mi protesta con un beso. Le cogí de la nuca y le acerqué, pero él se separó.
   - Jamás digas eso - me volvió a besar, pero esta vez ninguno de los dos paró.

domingo, 23 de febrero de 2014

Capítulo 2

   Ese mismo martes por la tarde.
   A mitad de la tarde, decidí que era un buen momento para ir a correr, ya que estaba agobiada por los exámenes. Me puse las zapatillas y tras atar a Nina, salimos a paso ligero dando una vuelta por el bloque para calentar. Diez minutos después, estábamos a las afueras de la ciudad, justo antes entrar en la autopista. A partir de entonces, fui acelerando el paso hasta que la perra frenó en seco.
   Nos acercamos a una fuente que había para refrescarnos. Haciéndole un cuenco con una mano y tapando parte de la boquilla con la otra, Nina bebió y se mojó la cabeza interponiéndose en el camino del chorro de agua y ladro contenta, moviendo la cola. La solté y observé cómo jugaba en la hierba, recordando la primera mañana de Italia.

   Esa noche de agosto del verano pasado a altas horas de la madrugada, casi por la mañana.
   Todo el grupo estábamos sentados en la arena, apenas unos diez metros de la orilla. A nuestro alrededor había muchos grupos de jóvenes de varias ciudades de toda Europa. Algunos dormían; o por sueño, o por efecto del alcohol. Parte de mis amigas, estaban acompañadas de chicos que habían conocido a lo largo del día o en lo que llevábamos de noche.
   - Este es el mejor día de mi vida - afirmó Esther mientras que se tumbaba sobre las piernas de Alex.
   - Sí, ha estado genial - sonrió Alex.
   Eramos las únicas que no teníamos la compañía de algún chico. Hacía un tiempo perfecto; se notaba la brisa marina y los primeros rayos de sol del día, me daban calor por la espalda. Justo entonces sonó mi teléfono. Esther me lo lanzó, ya que tenía mi bolsa al lado.
   - ¿Sí?
   - Buenos días, Helena - no me lo podía creer. Me había llamado.
   - Gio...
   Mis dos amigas se incorporaron y se acercaron para poder escuchar la conversación. Las dos sonreían e intentaban no hacer ruido, pero me daban codazos.
   - ¿Dónde estás? Me gustaría enseñarte una cafetería en la que preparan buenos desayunos.
   - Está bien, estoy el la playa, cerca de tu bar.
   - Te paso a buscar, en diez minutos estoy allí.
   - Perfecto, adiós.
   - Hasta ahora.
   Mis amigas, las que habían escuchado la conversación, gritaron de alegría. Tras llegar a la conclusión de que no iba bien vestida para la cita, me ayudaron a mejorar mi aspecto. Me peinaron el pelo haciéndome una trenza hacia el lado y Cat, que había venido a ver qué pasaba, me dejó su vestido de repuesto que llevaba en su bolso. Era azul celeste.
   - Ahora vas perfecta - afirmó Alex desde su posición -. Ese vestido te resalta los ojos.
   Recogí la toalla y las chanclas cuando vi que se acercaba Gio desde el paseo. Mis amigas no dejaron que me llevara nada y me dijeron que ya lo llevarían ellas al apartamento. Me levanté y fui a saludar a Gio. Me agarró de la cintura para acercarme a él y darme un largo beso en la mejilla. Escuché el murmullo de mis amigas por el fondo, riéndose. Me despedí de ellas y me fui con él.
   - Me gusta tu vestido, vas muy guapa.
   - En realidad no es mío, es de una amiga, pero gracias.
   Caminamos durante media hora hasta llegar a la cafetería que me había nombrado. Observé a la gente que entraba y salía de allí y cómo iba vestida.
   - Creo que no voy bien vestida para entrar aquí...
   - No te preocupes, vas bien así. De todos modos, nadie se va a fijar en cómo vas.
   No entendí a qué se refería, pero le hice caso y le seguí. A diferencia de cualquier otro sitio donde sirven desayunos, una chica nos atendió y nos llevó por un largo pasillo lleno de puertas. Paró en la del final y le dio a Giovanni una llave. Le dijo algo en italiano, que no conseguí entender del todo.
   - Pasa - me dijo tras abrir la puerta y sonreírme.

lunes, 27 de enero de 2014

Capítulo 1

   Primer martes de marzo.
   - Buenos días chicos – escuchamos la voz grave de un hombre mientras que entraba por la puerta -. Soy vuestro nuevo tutor, el anterior está de baja.
   - Helena…
   Me volví hacia delante para ver que observaba Cels tan sorprendida. Sólo me llamó la atención el profesor: Giovanni. No podía ser. Me volví a girar antes de que pudiera verme y miré a mis amigas haciendo una mueca.
   - Sentaros bien, vamos a empezar ya, primero nos presentaremos.
   Suspiré y me giré resignada. Se escuchaba un murmullo tanto por los chicos, de fastidio, como de las chicas, de admiración y sorpresa. Pero, ¿no era camarero? ¿Qué hacia dando clase? ¿En España? ¿En esta ciudad?
   Dejó su maletín en la mesa y se sentó en la esquina. Iba vestido con el mismo estilo con el que lo conocí: pantalones vaqueros y camisa. La única diferencia es que había cambiado sus sandalias de playa por unos zapatos de vestir más elegantes y los pantalones le cubrían por completo.
   Sabía que no podía esconderme para siempre y que en algún momento nuestras miradas se cruzarían. Más bien pronto que tarde… En cuanto me vio me sonrió y apartó la vista. La clase empezaba a guardar silencio y Gio se presentó y todos dijimos nuestros nombres.
   Como ya habíamos perdido más de la mitad de la clase antes de que viniese, sonó el timbre sin poder empezar a dar clase. Cogí la mochila y salí a toda prisa antes de que los demás pudieran levantarse de la silla.
   Cels y Cristina me persiguieron por todo el pasillo hasta que salimos y paré en la puerta para esperarlas. Las dos sonreían con malicia. Entrecerré los ojos, esperando los comentarios.
   - ¡No me lo puedo creer! – estalló Cels.
   - ¿Qué hace aquí? – se preguntó Cris.
   - ¿No vivía en Italia?
   - ¿Por qué te has ido así? Podrías haberte parado a saludarle…
   - ¡Es verdad!
   - ¡Vale ya, chicas! – alcé la voz intentando que se tranquilizaran.
   Las dos suspiraron y seguimos caminando de camino a nuestras casas. Ellas hablaban de principios de verano, cuando conocí a Gio, nuestro nuevo tutor, mientras que yo pensaba que esto sólo podría traerme problemas. Me giré bruscamente y las paré.
   - A ver, no quiero volver a oír hablar del tema. Es agua pasada, ahora cada uno por su camino y todo listo. Es nuestro profesor, no hay más.
   Se rieron a carcajadas, sin tomarme en serio, pero dejaron el tema. Minutos después nos despedimos. Al llegar a casa metí los macarrones que quedaron de la noche anterior al microondas.
   Mientras que comía estuvo pensando en agosto, el mes que pasó en la playa. Esos días después de acabar Bachiller en los que se fue con sus amigas a una playa en Italia. Cels, Cristina, Esther, Alex y Cat.

   Una noche de agosto del verano pasado.
   - Lo que yo creo es que no te atreves a hacerlo – dijo Alex retándome.
   - ¿Quién te ha dicho eso? – le pregunté mosqueada.
   Todas me miraban, sonriendo. Estaban intentando que perdiera la vergüenza para poder relacionarme más con la gente en la universidad. Sabían tan bien como yo que en el último momento me echaba para atrás al hablar con alguien a quien no conocía. La música resonaba en mi cabeza. Ahora o nunca.
   - Dadme el dichoso bolígrafo – tendí la mano.
   Fue Esther la que lo dejó caer en mi palma. Las demás dieron grititos de victoria y sonreían, aunque no se si era por el efecto de las dos copas de más que llevaban encima o por ver lo que iba a hacer. Colgué el bolígrafo del pareo hacia adentro para que se viera lo mínimo posible y empecé a caminar hacia la barra.
   - ¡Gio! – exclamé para que pudiera oírme a través del sonido de la música.
   - Dime, preciosa.
   Me sonrió mientras se acercaba a mí vestido con sus pantalones vaqueros cortos, su camisa desabrochada dejando ver su torso y secándose las manos con un trapo. Sonreía siempre. Se apoyó en la barra para acercarse y así no tener que gritar. Creía que era el único camarero italiano al que no teníamos que hablarle por señas para que nos entendiese.
   - ¿Tienes un bolígrafo? Necesito apuntar una cosa.
   - No, lo siento. Sólo tenemos el que está usando mi compañero, el que toma nota en las mesas.
   - No pasa nada – saqué el que acababa de guardar -. Déjame una servilleta o algo que tampoco sé dónde escribir, mientras ponme otra de lo mismo.

   Me dio una servilleta de papel, escribí mi número de teléfono y me giré para enseñárselo a mis amigas, para que me creyeran. Las vi saltar y reírse. Giovanni volvió con lo que le había pedido. Le dí el papel y sin más, le sonreí y volví con mis compañeras.