Una mañana de agosto del año pasado en una cafetería.
No podía creer lo que tenía delante. Era una habitación enorme con su cama, una mesa con dos sillas, un sofá, un pequeño armario, una piscina y la pared del fondo acristalada con vistas al jardín de la cafetería. También tenía una puerta al lado de la de entrada. Caminé sin prisas dando una vuelta y observando lo que tenía a mi alrededor.
- ¿Te gusta? - me susurró al oído.
- Es precioso - dije en el mismo tono que él.
Me senté en el sofá y cerré los ojos mientras que inspiraba el dulce aroma de aquella habitación. Los chorros que caían a la piscina eran muy relajantes, hasta tal punto que tuve la sensación de haberme quedado dormida, pero alguien llamando a la puerta me hizo incorporarme. La chica, que traía una bandeja, la dejó en la mesa; y a los pies de la cama dejó un maletín negro.
- ¿Qué es eso? - le pregunté a Gio cuando se fue la chica.
- Un bañador para cada uno. Pedí ayer por la noche que lo incluyeran por si no llevabas.
Estaba en lo cierto. Ayer por la noche, antes de ir a un bar, fuimos al apartamento a cambiarnos. Me indicó que, en la otra puerta, había un baño en el que podía cambiarme. Entré con el maletín. Un bikini rojo, que tras ponérmelo, decidí que no me queda mal. Después nos sentamos a bebernos el café.
- ¿Te gusta lo que he elegido para desayunar?
- Sí así está bien - sonreí tímidamente mientras cogía la taza y me la acercaba a los labios para dar un pequeño sorbo.
Compartimos una napolitana de chocolate que todavía estaba templada. Ninguno de los dos hablaba, así que me dediqué a saborear la comida y a mirar por la ventana. Más tarde Gio me explicó que eran cristales tintados y que desde fuera parecían espejos, que nadie nos podía ver.
Me levanté de la silla y me senté en el borde de la piscina. Se me puso la piel de gallina, estaba muy caliente en comparación con la temperatura fresca de la sala. Gio se estaba cambiando en el baño, así que aproveché a hacer un par de largos para adaptarme a la temperatura. Me tumbé boca arriba y respiré profundamente
- Parece que no has dormido mucho hoy - dijo Gio mientras que entraba en la piscina por las escaleras.
- La verdad es que no - hice una pausa mientras que me ponía de pie -. Bueno, en realidad un par de horas en la playa...
- Si quieres, puedes dormir aquí - señaló la cama con la cabeza -. Podemos estar aquí todo el día.
- ¿Qué? - pregunté extrañada.
- Alquilé la sala para todo el día, necesito cambiar de aires de vez en cuando y si quieres te puedes quedar.
Me observaba serio para ver mi reacción. La verdad, pensé que me estaba poniendo roja, porque empezaba a sonreír. No me hacía a la idea de quedarme con él un día entero. En un principio, el viaje era para estar con mis amigas y visitar la ciudad.
- Está bien - sabía que mis amigas, si hubiera vuelto a la casa y les hubiera contado todo, me mandaban de una patada otra vez aquí, así que acepté sin rechistar.
Decidí ocultar mi rostro de alguna manera y sólo se me ocurrió bucear, así comprobé si aguantaba lo mismo que hace unos meses. Sí, aún podía aguantar un minuto y medio.
- Por un momento he pensado que te tenía que salvar - Vio alzó la voz desde la otra esquina de la habitación.
- No te preocupes, tengo el cursillo de socorrismo, a esto podré sobrevivir.
Me reí. Un rato después, salía del baño ya cambiada y envuelta en un albornoz. Él estaba sentado en la mesa concentrado en algo que estaba haciendo. Cuando me acerqué observé que estaba dibujando a carboncillo el paisaje que tenía delante a todo detalle.
- Te está quedando muy bien.
- Se me da mejor los retratos, algún día te lo demostraré - hizo una pausa para levantarse y tumbarse en un lado de la cama -. Ven, duerme un rato.
Le hice caso, me tumbé a su lado.
- Eres preciosa - me susurró mientras que me acariciaba la mejilla.
- Eso es ment...
Acalló mi protesta con un beso. Le cogí de la nuca y le acerqué, pero él se separó.
- Jamás digas eso - me volvió a besar, pero esta vez ninguno de los dos paró.